Por Yamilé Jiménez
En 1849 se apagó en la capital francesa una voz que hizo historia en los anales de la ópera: Angélica Catalani, con certeza una de las primeras divas del género lírico-teatral que logró imponerse cuando los castrados eran los reyes absolutos.
Aunque la práctica de la castración existía desde antes, fue en la era de la ópera que logró popularizarse de tal manera que se cree que entre 1720 y 1730 se castraron cada año, alrededor de cuatro mil niños.
Con aquella rara mezcla tímbrica entre masculino y femenino, esta voz híbrida fue catalogada por el público de la época como celestial; y, de hecho, los compositores barrocos hicieron que su voz se acoplara a la perfección con el dibujo sicológico de héroes mitológicos, dioses y figuras legendarias en las tramas operáticas.
El público los prefería por encima de todas las demás voces; y tanto que, a mediados del siglo XVIII, el 70 por ciento de los cantantes de ópera eran castrados.
Sin embargo, a pesar de su éxito, la soprano italiana Angélica Catalani logró introducirse y sobresalir en este mundo liderado por aquellas particulares voces.
Angélica Catalani nació en mayo de 1780 y gracias a la privilegiada posición económica familiar fue enviada a Florencia, donde recibió lecciones de canto del castrato Luigi Marchesi.
Con 15 años debutó en el teatro la Fenice de Venecia y dos años más tarde, el propio teatro encargó una ópera especialmente para su voz.
Su éxito fue tal que a partir de entonces comenzó a presentarse con regularidad en otros importante colosos operáticos de Italia y para fines el siglo XVIII, la joven cantante se exhibió en Roma y Nápoles donde se consolidó como la mejor soprano de la época.
Con apenas 20 años de edad, sus dotes vocales y su encanto personal hicieron que roles, antes ocupados por castrados, pasaran a formar parte de su repertorio habitual.
Su primera aparición internacional ocurrió en 1801 cuando fue contratada por una compañía de ópera de la capital portuguesa y en 1805 con una fama bien ganada se presentó en París en una serie de conciertos que, además de reforzar su enorme prestigio, le proporcionaron una notable cantidad de dinero.
En París conquistó a todo el público, incluido a Napoleón, que en el intento de retenerla, le propuso 100 mil francos si permanecía como artista exclusiva de Francia. Pero la Catalani detestaba a Napoleón y no dudó en rechazar la oferta para trasladarse a Inglaterra y convertirse, a través de la música, en el símbolo de la oposición a Napoleón durante la guerra entre Inglaterra y Francia.
A pesar del reinado de los castrados en Europa, la literatura musical asegura que Angélica Catalani no tuvo rivales en Londres durante siete temporadas consecutivas y muchos de los estrenos iban a parar a sus manos como Las bodas de Fígaro de Mozart, en 1812.
Para 1817 la soprano italiana gozaba de una excelente reputación y sus presentaciones tenían lugar por escenarios de Alemania, Francia, Suecia y Rusia, recogiendo siempre el aplauso de un nutrido y entusiasta público.
Sin embargo, al final de su carrera, afrontó serios problemas financieros entre otras razones por la pésima gestión de su marido, quien asumió el rol de su empresario.
Tal vez por esta razón, o quien sabe por cual otra, Angélica Catalani, en plenas facultades vocales decidió retirarse de la escena en 1819 aunque eventualmente continuó ofreciendo giras, hasta 1832, cuando se apartó definitivamente del mundo activo musical.
Ese mismo año se estableció en Florencia y allí fundó una escuela de canto para niñas, pero años más tarde se vio obligada a dejar Italia huyendo del cólera, que azotaba Florencia.
Desdichadamente la enfermedad la alcanzó en París, y falleció el 12 de junio de 1849.
El célebre autor y filósofo alemán Karl Christian Friedrich Krause comentó sobre ella en su paso por la capital francesa en 1817: «Ayer he oído por fin a la Catalani y he visto en ella a una gran artista. Es la cantante más completa que he oído en toda mi vida».