Recordemos a Rine Leal en sus noventa

Por Roberto Pérez León

Generalmente el público asiste al teatro motivado por el nivel de publicidad y propaganda de determinadas obras.

Existen colectivos teatrales que dentro de la producción de una puesta en escena tienen muy en cuenta lo referente a la divulgación, entonces sea buena o mala la obra, van y repletan la sala.

Pero casi nunca se asiste al teatro por el criterio y la recomendación de un especialista, digamos un crítico.

Todo lo contrario sucede con el cine, que se asiste con información calificada sobre la película a ver, pues hemos tenido más suerte en cuanto a la formación y educación de públicos; y de ello ha sido clave la participación de la televisión con sus muchos programas alrededor del Séptimo Arte.

Nuestros medios masivos, ya sean especializados o no, cotidianos o no especializados, pocas veces nos dan el camino para llegar a alguna puesta en escena.

Sin embargo, si lográramos popularizar, cotidianizar la labor de la crítica, la investigación y el análisis podrían ser de mucha efectividad para el control y desarrollo de las artes escénicas y en particular el teatro; porque, digamos, el ballet tiene una esmerada atención entre nosotros.

Hubo un crítico de teatro que desde la investigación y el análisis tuvo la capacidad de llegar al público, en tanto escribió (hasta en las cajas de cigarros) su opinión sobre lo que veía. Hablo de Rine Leal, que este 15 de julio cumpliría 90 años.

Si juntáramos todo lo que escribió desde la perspectiva, no solo crítica sino como investigador, tendremos en esa obra una de las más sagaces visiones del teatro cubano.

La dramaturgia cubana, y hoy la teatrología y los estudios sobre la teatralidad, tiene en su vertebralidad la acuciosidad intelectual de Rine Leal.

En los inicios de la década de 1990 empecé a ser su amigo.

Fue en Caracas donde estrechamos más nuestra amistad. Casi todos los fines de semanas almorzábamos juntos y paseábamos por la plaza caraqueña de los museos.

Yo creo que hubo un momento en que Rine se dio cuenta de que iba a morir y más allá de que su salud se desmejoró demasiado siempre me dijo que sentía que muchas cosas le sobraban, porque es que había vivido mucho.

Jamás voy a olvidar el anecdotario que tenía sobre La Habana de noche de los finales de los cincuenta y las rutas de las madrugadas callejeras que dieron lugar a una de las novelas más célebre y desconocidas de la literatura cubana dentro del país: Tres tristes tigres, donde Rine es una personaje articulador, tan articulador que el personaje lleva su propio nombre.

El Rine que yo conocí no era el jovial, galante, conquistador y hasta guarachero que casi todo el mundo recuerda.

Yo fui amigo de un Rine apagado, cansado, tímido, un viejito flaco con unos ojazos que atravesaban misterios y embrujaban a más de una de las alumnas del Instituto Superior de Teatro Juana Suja en Venezuela.

Allí tuve el privilegio de continuar en su cátedra e hice todo lo posible por mantener su legado y dar a conocer que allí mismo, donde yo me paraba a dar una clase, las había dado el veedor más grande de las artes escénicas cubanas, un hombre de una cultura soberana, y que yo solo intentaba ser leal a su magisterio.

Rine me hablaba con pausa pero sin dejar de manifestar travesura al contarme sobre el teatro que había visto y leído, nos sentábamos en los peldaños de las escaleras de los museos o andábamos por el parque de Los Caobos y luego nos íbamos a comer arepas reina pepiada al Parque Central. Pero él casi no comía, se llenaba enseguida.

En julio o agosto de 1996 sus dolencias eran muchas. Solo un grupo de alumnos  se daba cuenta que aquel hombrecito casi enclenque, que había conquistado tantos frentes, se nos estaba muriendo de a poquito.

En Caracas no sabían que Rine Leal era el hombre «que más sabía de teatro en el mundo», así decían sus alumnos. Murió prácticamente en el aeropuerto, cuando regresaba a La Habana donde todos lo esperaban y todos querían salvarlo. Pero  no puedo entrar al avión y fue necesario ingresarlo, y se nos fue Rine.

La gente de teatro ha sabido honrarlo: en 1990 el Instituto Superior de Arte le otorgó el título de Doctor Honoris Causa, y en 2004 la casa editora Tablas-Alarcos crea el Premio de Teatrología Rine Leal para el ensayo y la investigación teatral.

Siempre revisito dos de sus libros: En primera persona (1967) y La selva oscura;  y pienso que, si solo hubiera escrito este último, habría sido suficiente para saber que aquel ser que vi apagarse, poco a poco, asumió la totalidad del teatro cubano en primera persona como nadie lo ha hecho hasta ahora.

 

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